15 de agosto de 2003

El misterio de la calle San Miguel

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Calle San Miguel hacia el sur, en la actualidad. Se encuentra en el límite entre el distrito centro y Bello Horizonte.


Artículo principal - Edición 255 - Agosto de 2003

Alvar Macís Guerrero

El rumor insistente que se había difundido entre los más viejos pobladores del cantón, cuando se ponían a fumar cachimba, era de que todos los martes y viernes, a la media noche, bajaba una carreta sin bueyes desde San Antonio hasta San Rafael, pasando por el distrito de Escazú.

Esto había producido gran alarma entre los habitantes de Escazú, pues muchos juraban haberla visto y oído descender por la calle San Miguel, ubicada al este del centro de Escazú.

Tal era mi inquietud por este hecho, que una noche, armado de valor, decidí ir personalmente a averiguar si esta historia era cierta, aunque por ello tuviera que encontrarme frente a frente con la carreta fantasmal y quizás con el mismo diablo en persona.

Era casi la media noche y toda la población se encontraba ya durmiendo. Me armé de un garrote de guayabo, de un crucifijo y me puse un chaquetón negro de mi padre, que más bien parecía una sotana, el cual me abotoné hasta el pescuezo y sin pensarlo me puse en marcha hasta el lugar por donde supuestamente pasaba la carreta.

En ese entonces vivía yo frente al costado norte de la antigua plaza, y pase primero por la iglesia del patrono San Miguel, cuya vela de aceite encendida apenas alumbraba el recinto del templo.

Continuando con el trayecto llegué a la esquina de la panadería Protti, y caminé 200 metros más hasta llegar a la casa de don Melico Protti (actual edificio Sina). Para evitar pasar por la solitaria calle del Guapinol, bajé 100 metros hasta llegar a la esquina del Oriente, y de allí me dirigí 200 metros al este hasta encontrarme con la Calle San Miguel, propiamente en la esquina donde vivía don José A. Badilla (Coyogres).

Tan concentrado estaba en mi aventura, que no me di cuenta en que momento pasé por el trapiche de don Lisímaco Brenes, que estaba ubicado 100 metros antes, a la par del puente sobre el río Chiquero.

Caminé en dirección sur y después de cruzar la esquina de la calle del Guapinol, subí aún más y me acerqué a un palo de mango y a un matorral que estaban junto a un pretil de piedra.

Decidí entonces encaramarme en el pretil y ampararme a las malezas y a la oscuridad de la noche, para esperar el paso de la mentada carreta. Al poco rato empecé a oír el rodar de una carreta por el lado de San Antonio, que poco a poco se iba acercando hacia donde estaba yo.

En medio de aquella oscuridad y con los ojos sobresaltados y la mente confusa, noté que la carreta rodaba más rápido de cuando es jalada por bueyes y que venía sin carga dando uno que otro tumbo por los huecos de la calle. Por fin, pude distinguir la carreta que estaba pasando frente a mi escondite. Era tanta la oscuridad (pues en ese tiempo no había alumbrado público en esa calle), que resolví irme corriendo detrás de la carreta, para verla mejor.

Cuál sería mi sorpresa cuando, con mis propios ojos, pude ver que la carreta en vez de bueyes era jalada por dos hombres enyugados en una vara larga, de tal forma que ellos corrían a ambas orillas del camino y la carreta en el centro.

Pero antes de llegar a la calle del Guapinol, les hice una jugarreta a los dos guazones del cuento. Di un salto sobre la carreta y cayendo medio sentado en la parte de atrás, me agarré de los parales para no caerme. Con mi peso, el timón se levantó un poco, lo que alertó a los jaladores.

—Hombre, ¿cómo que alguien se ha montado en nuestra carreta? Le dijo uno al otro.

—Yo creo que sí. Respondió el otro.

Y convencidos de que estaban en lo cierto, volvieron la vista atrás y donde me vieron agarrado a los parales, como en pose de Drácula, pues así me hacía parecer el chaquetón negro de mi padre, dejaron caer la vara y salieron corriendo como alma que lleva el diablo.

Los autores de la farsa quedaron tan curados por el susto, que nunca más volvieron a sus andanzas, y la gente nunca más oyó hablar de la carreta de la calle San Miguel, un misterio que no era más que la broma de dos vagabundos.

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Placa distintiva de la calle San Miguel, develada el 29 de septiembre de 1946 (día de San Miguel arcángel). Está ubicada 50 metros al sur de la casa del finado José A. Badilla (Coyogres).


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