15 de octubre de 1998

La carreta que asustó a nuestros abuelos

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La carreta por una calle del centro.


Artículo principal - Edición Nº 198 - Octubre de 1998

Marco Antonio Roldán

Aunque existen personas que aseguran haberla visto u oído, La Carreta sin Bueyes no es más que una parte del rico folclore costarricense, donde la leyenda se convierte en una realidad ficticia.

En una época pasada la leyenda tuvo gran transcendencia, por la simple razón de que el ambiente nocturno gozaba de más penumbra, es decir, las calles y senderos eran más oscuros, debido a la escasa o total ausencia de la luz eléctrica.

Si bien la leyenda es más imaginaria que real, en ocasiones producto de la sugestión, tampoco se debe olvidar que el diablo o Satanás existe, y que lo que algunos afirman haber visto o captado con sus oídos, podría tratarse de una maldad de ese ser espiritual.

En su libro La carreta costarricense, el desaparecido filósofo Constantino Láscaris, señala que la leyenda de La Carreta sin Bueyes tuvo su origen en el impacto que causó en nuestro país el chirrido de las carretas que recogían los cadáveres, durante la peste del cólera Morbis, después de la Campaña Nacional de 1856. Y no era para menos, ya que el 10 por ciento de la población pereció en esa epidemia, y eso es como para meterle miedo al más valiente.

Y además agrega: “La importancia de la carreta y de los bueyes en la vida de nuestros campesinos, hace que figuren ambos en muchas narraciones y leyendas.”

A pesar de que la leyenda de La Carreta sin Bueyes no es propia del cantón, sino que es de carácter nacional, no obstante, por ser Escazú un pueblo de tradición legendaria, sus historias a veces cobran un sentido particular.

En la primera mitad de este siglo, durante las noches, las calles de Escazú eran muy oscuras y solitarias. A las 7 p.m., la mayoría de la gente dormía, pues no había televisión, y el alumbrado público se limitaba tan solo a las principales calles del centro. Todo esto era propicio para que se tejieran historias de espanto.

Por esas calles de misterio, luego de que el ocaso diera señorío a la noche, muchos de nuestros abuelos aseguraron haber oído, cuando todo era oscuridad y silencio, una carreta que se oía pero que no se podía ver. Otros afirmaron haberla visto, pero se llevaron la sorpresa de que no llevaba bueyes.

Se decía que era conducida por el mismo diablo en persona, algunas veces en la apariencia de un zopilote o zoncho.

Se cuenta también que su paso provocaba que los perros lanzaran agudos aullidos y corrieran desesperados de un lado a otro, conmocionados por una presencia satánica. Los gallos y las gallinas estallaban en un bullicioso cacareo.

Mientras la carreta fantasmal transitaba por las calles pedregosas del Escazú de antaño, en la intimidad de esas viejas viviendas de adobes con piso de tierra, sus moradores eran despertados por el peculiar sonido de sus ruedas, temerosos de que lo que estaba afuera, se tratara de algo sobrenatural. Los más valerosos se animaban a salir, pero en ocasiones no veían nada.

Lo que contó un vecino

En el libro Escazú, brujería y leyenda, de Alvar Macís Guerrero, aparece el relato de un vecino de Bebedero de Escazú, quien dice haber visto La Carreta sin Bueyes, el cual transcribimos a continuación:

“Pues si señor… aunque digan que es mentira que existe La Carreta sin Bueyes, yo les porfio que si hay, porque la vide. Fue allá por la cuesta grande, camino al Bebedero, donde tuve esa conocencia, hace más o menos unos 30 años… pa’ que vea que todavía miacuerdo perfectamente bien como fue, y que para ser sincero tendré que deciles que enainas me cuiteo de miedo.

No se me olvida que era un 2 de enero, como a las 5 de la mañana cuando ya tuitico se podía ver bien. Recuerdo que como a las 4 de la madrugada, cuando estaba arriando a mis criollos pa’ pegalos al yugo y a la carreta de eje de palo, escuché que arriba por el cerro cantaba de lo lindo una carreta de eje de fierro, que jalaba para el mismo lugar hacia el cual yo pensaba ir.

Recuerdo ahora que me imaginé que si la aguantaba un poquito, era seguro que me alcanzaría en el camino por donde viven los Marín. De manera que alisté todo y lo que tenía que llevarle a mi abuelo… y esperé unos minutos para que me alcanzara lo suficiente, y así no tener que irme solo todo el camino.

Pues vea que cuando calculé que ya la oportunidad llegaba, me subí a la carreta y chucié la yuntilla para que apuraran más el paso... y me jui chiflando aquella tonada que dice: ‘Allá en el rancho grande…’, confiado de que la otra carreta me alcanzaría pronto, y cuando ya era casi de día, la oía que venía más ligero.

Pero vean que cuando yo iba para arriba de donde vive Eustaquio, en el llanillo aquel por donde ahora está el Mirador Tiquicia, que antes era todo cafetal, la escuché de nuevo ya muy cerquitica de mí.

Qué bien —me imaginé— ya casi me alcanza… y detuve los pintados para encender la cachimba y esperarla. Pero que va, vieran lo que me ocurrió con la tal carreta. Estaba yo engrido en darle fuego a la cachimba, cuando pasó sin bueyes como un ventarrón por donde estaba yo, caminó un poco más adelante, se desapareció y no la oí más.

Parecía que se la había tragado la tierra, o que el mesmo pisuicas se la había alzado. Desde entonces, yo si creo en La Carreta sin Bueyes, porque la oí y la vide y no estaba almadeado. Además, yo no soy embustero o mentiroso, ni soy borracho.”

1 comentario:

nicole dijo...

Yo creo que es una leyenda muy buena gracias por subirla
😉

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